Kimber Mills tenía solo 18 años, era porrista, alegre y soñaba con ser enfermera. Su vida se apagó demasiado pronto… pero su último acto fue un milagro de amor.
Donó todos sus órganos para salvar a otros jóvenes que hoy respiran gracias a ella.
Su familia decidió honrar su deseo y acompañó el momento en el hospital mientras médicos y enfermeras formaban un pasillo de honor.
Dicen que “no todos los héroes usan capa”, y Kimber demostró que los ángeles existen en la Tierra.
Su legado ahora vive en cada corazón que volvió a latir gracias a ella.
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